Por Unity
Como cuesta arrancar a escribir cuando no
encontrás esa palabra adecuada, ese vocablo preciso que te lleva a desencadenar
una maraña de párrafos, puntos y comas en el tan infinito blanco del papel, o
del Word en todo caso. Cuesta sumergirse en el limbo lexicográfico y decir: -
Bueno, ahí está, este término es lo que estoy buscando. Pero no, no lo es.
¡Este otro! Nop, ni ahí. Y así
transcurren esas idas y vueltas esperando que se caiga la última hoja de un esquelético calendario para recibir uno más gordito de inevitable destino.
Es difícil che.
¡Y de pronto flash! La chica del bikini azul
(tarirarirari)… ¡NO, NO, NO! , y de pronto esa palabra que tanto te hacía
falta, que tanto buscabas cual Wally en el universo lingüístico: ¡Chispa! Que
palabra más propicia para comenzar a
escribir algunas líneas sobre uno de los
más grandes exponentes del reggae. Chispa, si.
Chispa, partícula catalítica desencadenadora
de aquello que más encanta al ser humano: el
fuego. Esa belleza hipnótica que
lastima cuando sucumbimos a su curvilínea
figura y que nos prende la tuca mañanera. Enciende la llama. Enciende, para que
arranque. ¡Booooom!
Encendemos la llama de la hornalla, ponemos
el agua en la pava y frente a la compu
vuela la imaginación. Bajito nomás, para no asustar a nadie. Mate tras
mate tratamos de acomodar lo que vamos a contar.
Un primero de marzo allá por 1948 llegaba al
mundo Winston Rodney, más conocido como Burning Spear, y bajo el brazo no llevaba ningún pan, sino
esa esperanza incierta que lo llevaría a transformarse en una de las figuras
más representativas, no solo de la música jamaiquina, sino también como un
profeta de la “Repatriation” de los africanos
a África y del Rastafarismo.
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