Sin lugar a
duda, en los últimos años el reggae ha dado un gran paso hacia adelante en
nuestro país. La gente empezó a interesarse más por este hipnótico sonido
caribeño envuelto en mística y fantasía, que se entremezcla a la vez con esas
cosas simples que vivimos a diario; o con nuestros sueños revolucionarios; o
con un amor imposible. El reggae es vida. Y cuando digo reggae quiero dejar en
claro que hablo de una cultura, entonces digo roots, dub, ska, dancehall,
raggamuffin, lover, rocksteady y demás finas hierbas.
Pero no quiero
desvariar en lo que el reggae significa para mí (o para muchos) porque esta no
es la ocasión. Retomando, cualquier asiduo asistente a los recitales reggaeros
pudo percibir el notable aumento de la masa de espectadores de estos shows.
Como si fueran arrastrados por una ola, de un día para el otro todos
“escuchábamos” reggae.
Sin embargo, no
podemos caer en la ceguera de no reconocer que (salvo en contadas excepciones) fueron
los grandes capitales los que permitieron que nuestro amado género se
expandiera como lo hizo en Argentina. Le duela a quien le duela, es así, y
gracias a eso hemos podido disfrutar de artistas de la talla de Alborosie,
Israel Vibration, Don Carlos, Lee Perry, The Skatalites y otros monstruos de la
escena internacional.
Pero
sorpresivamente, estos miles de nuevos “fanáticos” del reggae desaparecieron
con la misma velocidad con la que surgieron. Sin lugar a dudas, la culpa no es
de ellos, sino de un sistema que puso de moda algo que para muchos era, es y
será sagrado.
Por eso surge
Cool Ruler. Para intentar sanear lo que quedó de aquel auge. Para retener a
aquellos que descubrieron que el reggae era algo diferente y lo sintieron de
verdad. Para fomentar la verdadera esencia del sonido jamaiquino. Para brindar
un espacio que la agenda de los grandes medios no está dispuesta a ceder. En
síntesis, desde nuestro humilde lugar, para salvar al reggae.
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